13 diciembre 2017

El suplicio de Tántalo



Cuenta la mitología griega, que uno de los hijos de Zeus, Tántalo robó algo que no debía, cosa que enfureció a los dioses, quienes lo castigaron cruelmente: lo sumergieron en un lago con el agua a la altura de la barbilla, pero cada vez que intentaba saciar su sed con el agua, ésta se retiraba. Igualmente, tenía a su alcance un árbol cargado con jugosas frutas, pero cuando intentaba coger una, éstas también se retiraban. Y como colofón, una enorme roca sobre su cabeza amenazaba con aplastarlo en el momento más inesperado.

Los griegos tenían mucha imaginación. Este curioso suplicio me recuerda un poco a nuestra situación actual en la búsqueda de exoplanetas. Cada vez descubrimos más de ellos. Muchos, a una distancia de pocos años-luz de la Tierra y algunos con unas condiciones ambientales que podrían permitir albergar vida en su superficie.

Pero, mira por dónde, a pesar de estar relativamente cerca, al alcance de nuestra mano, están irremediablemente lejos, demasiado lejos. Tanto que con la tecnología actual o la que se vislumbra en un futuro cercano, será imposible llegar a ellos en un período de tiempo prudencial.

Incluso creando un arca generacional (La nave estelar, de Brian Aldiss o Cita con Rama, Arthur C. Clarke) o desarrollando la hibernación (Cánticos de la lejana Tierra, Arthur C. Clarke), dos tecnologías que ni si quiera sabemos si son posibles, siguen estando demasiado lejos para nosotros. Ninguno de los que ahora vivimos pisaremos jamas un exomundo, aunque éste sea habitable.

Eso me recuerda indefectiblemente al suplicio de Tántalo: tan cerca y a la vez, tan lejos. Y es posible que la roca sobre nuestras cabezas, similar a otro mito griego, el de la espada de Damocles, no sea un simple añadido. Como decía Stephen Hawking, tarde o temprano, un asteroide o cometa lo suficientemente grande acabará impactando sobre nuestro planeta y nos enviará directos al otro barrio.

No deja de ser irónico que habiendo aparentemente tantísimos mundos en nuestra galaxia, muchos de ellos potencialmente habitables, algunos incluso a pocos años-luz, estemos tan lejos de poder llegar a ellos como los griegos que miraban los cielos e inventaban imaginativos mitos sobre dioses y hombres.