23 enero 2013

Thomas Disch y la memoria



Hace poco he leído un artículo del escritor de ciencia ficción Thomas Disch en la revista Gigamesh hablando acerca de la naturaleza de la ciencia ficción que me ha hecho reflexionar. Aunque ya advierto que no comparto muchas de sus afirmaciones, sí que algo de razón tiene.

La tesis principal de Disch es que la ciencia ficción no deja de ser una rama de la literatura infantil y juvenil. Al menos, buena parte de la ciencia ficción clásica y mucha de la que se sigue publicando en la actualidad.

Personajes con complejo de “emperador de todas las cosas”, generalmente jóvenes e incomprendidos que acaban salvando el Universo de una terrible amenaza y que se convierten de la noche a la mañana en héroes galácticos.

De acuerdo, algunas novelas juveniles de, pongamos por caso, Heinlein son así. Pero ni si quiera todo Heinlein es así. Es cierto que la ciencia ficción de la época pulp tenía muchos estereotipos de esta clase, pero creo que el género ha evolucionado mucho.

Asimismo, otro tanto se podría decir de la literatura fantástica, que parece acercarse más al tópico descrito por Disch. Pero no veo este esquema por ningún lado en novelas como Crónicas marcianas de Ray Bradbury, 1984 de George Orwell o 2001. Una odisea en el espacio de Arthur C. Clarke.

Sí que es cierto que otras novelas, parecen encajar muy bien en este esquema, como El juego de Ender de Orson Scott Card o Dune de Frank Herbert, en los que el héroe adolescente acaba triunfando, con más o menos dificultades y matices y se acaba convirtiendo en el jefe del cotarro, especialmente en Dune.

Si pasamos a las novelas cortas o a los relatos, creo que encontramos todavía una mayor variedad de temas y menos recurrencia “emperador de todas las cosas” spinradiano. Hay magníficos relatos como “Una canción para Lya” o “El camino de la cruz y el dragón” de George R. R. Martin, “Nieve” de Crowley o “¡Arrepiéntete Arlequín!, dijo en señor Tic-Tac” que no encajarían –para nada- en el esquema que pretende imponernos Disch.

En cualquier caso, es buena la polémica, porque nos obliga a replantearnos ciertas cosas. Uno de los argumentos de Disch es que la literatura fantástica suele anidar en las mentes juveniles durante la adolescencia y que difícilmente lo haría en la edad adulta. Pero es que creo que esto es válido para muchos otros géneros que tienen poco de infantil, como las novelas de detectives, la novela histórica u otros géneros.

La adolescencia es tiempo de cambios y es una época bastante movidita, por lo que hay que tener en cuenta que mucho de lo que después se fijará en la edad adulta, ha tenido su origen durante esta etapa de nuestras vidas. No creo que por ello, lo que empezamos durante la juventud sea necesariamente infantil.

Sí que es cierto que muchas novelas que a lo mejor nos maravillaron durante la adolescencia después, al ser releídas con el paso de los años y disponer de muchas otras lecturas a nuestras espaldas, nos parecen aburridas o incluso nos sorprende que causasen tanto impacto la primera vez que fueron leídas. Otras, en cambio, conservan la frescura del momento.

A mí, particularmente me ha pasado con las Fundaciones, de Asimov o con Dune, de Herbert, que me puedo releer con gusto. En cambio, La ciudad y las estrellas, de Clarke me pareció bastante poca cosa cuando me la releí hace pocos años, mientras que la recordaba con mucho cariño de la primera lectura que hice.

Así pues, concluyo que hay libros que tal vez sea mejor no releer nunca, para que se conserve el buen recuerdo en nuestra memoria, siempre y cuando no queramos hacer una defensa a ultranza de ellos, a costa de todo.