Envejeciendo mal
Estoy leyendo una novela escrita en el 2003 y aparece una
referencia a “enviar la película fotográfica al laboratorio”. Al principio me
extrañó la referencia, ya que el libro acaba de ser editado y no tiene mucho
sentido que el autor hable en tiempo presente de algo que ha pasado poco menos que
a la historia. Hoy día, prácticamente todas las fotografías y todas las
filmaciones son originalmente digitales.
Ha pasado al baúl de los recuerdos que cuando enviabas una
colaboración a una revista, te pedían que las fotografías fuesen en formato diapositiva.
Hoy, te las piden simplemente en alta resolución. Y en formato digital,
naturalmente.
Es por eso que me escamé y fui a mirar a las páginas
iniciales del libro el año en que había sido originalmente escrito y cuál fue
mi sorpresa cuando pude comprobar que el libro, que había sido presentado
aparentemente como una novedad, tenía ya casi una década. Jueguecitos de las
editoriales para explotar filones.
La ciencia ficción tiene fama de envejecer bastante mal. Ya
se sabe: no había ordenadores en los relatos de los años cuarenta, ni internet
ni móviles en los relatos de los años ochenta. Y los relatos que se escriben
hoy día, supongo que en el futuro adolecerán de alguna falta imperdonable que
nadie ha sido capaz de prever.
No en vano se dice que en las exposiciones universales,
cuando éstas comienzan a organizarse con años de antelación, la mitad de las
cosas que se expondrán no han sido inventadas todavía en ese momento. Vivimos
tiempos acelerados y sin llegar al nivel de la singularidad tecnológica, la
modernidad nos acompaña a todas partes y siempre.
Si la política internacional se ve sacudida por cosas como
la crisis de las punto com, los atentados del 11-S o el accidente de Fukushima,
la ciencia ficción prospectiva tiene sus propios hitos como el ordenador, el
móvil o internet. Y quién sabe cuál será la próxima revolución que acecha a la
vuelta de la esquina…
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