19 diciembre 2012

Envejeciendo mal



Estoy leyendo una novela escrita en el 2003 y aparece una referencia a “enviar la película fotográfica al laboratorio”. Al principio me extrañó la referencia, ya que el libro acaba de ser editado y no tiene mucho sentido que el autor hable en tiempo presente de algo que ha pasado poco menos que a la historia. Hoy día, prácticamente todas las fotografías y todas las filmaciones son originalmente digitales.

Ha pasado al baúl de los recuerdos que cuando enviabas una colaboración a una revista, te pedían que las fotografías fuesen en formato diapositiva. Hoy, te las piden simplemente en alta resolución. Y en formato digital, naturalmente.

Es por eso que me escamé y fui a mirar a las páginas iniciales del libro el año en que había sido originalmente escrito y cuál fue mi sorpresa cuando pude comprobar que el libro, que había sido presentado aparentemente como una novedad, tenía ya casi una década. Jueguecitos de las editoriales para explotar filones.

La ciencia ficción tiene fama de envejecer bastante mal. Ya se sabe: no había ordenadores en los relatos de los años cuarenta, ni internet ni móviles en los relatos de los años ochenta. Y los relatos que se escriben hoy día, supongo que en el futuro adolecerán de alguna falta imperdonable que nadie ha sido capaz de prever.

No en vano se dice que en las exposiciones universales, cuando éstas comienzan a organizarse con años de antelación, la mitad de las cosas que se expondrán no han sido inventadas todavía en ese momento. Vivimos tiempos acelerados y sin llegar al nivel de la singularidad tecnológica, la modernidad nos acompaña a todas partes y siempre.

Si la política internacional se ve sacudida por cosas como la crisis de las punto com, los atentados del 11-S o el accidente de Fukushima, la ciencia ficción prospectiva tiene sus propios hitos como el ordenador, el móvil o internet. Y quién sabe cuál será la próxima revolución que acecha a la vuelta de la esquina…