18 enero 2010

El símbolo perdido / Dan Brown

Me he acabado de leer el nuevo best-seller de Dan Brown y me ha gustado bastante. Como la mayor parte de libros suyos, lo he devorado de un par de tirones, porque la trama es bastante adictiva.

Sí, ya sé que este señor es el demonio con cuernos y el enemigo número uno de la "buena literatura", pero a mí dadme una buena historia, bien narrada y disfrutaré como un enano leyéndola. Y eso que es un mazacote de libro. Pero a diferencia de otros megatochos, éste se deja leer muy bien.

Tal vez sea el libro más maduro de Brown (no en vano es el último que ha escrito). La trama, aunque claramente fantástica, es mucho más creíble que la de otros libros suyos y las explicaciones didácticas son más cortas y mejor distribuidas.

Por lo demás, esta vez le ha tocado el turno a los masones, a quienes deja muy bien parados. El malo esta vez es un individuo más bien friqui, seguidor de la magia negra y de otro tipo de supercherías bastante tontas.

La trama, aunque interesante, repite los modelos de anteriores entregas (si funciona, no lo toques): pocos personajes claramente definidos, persecuciones, malos que parecen malos pero que no lo son; un malo malísimo y una noche para desarrollar toda la trama (hay que ver lo que cunden las horas con este hombre).

Esta vez, la ciudad simbólica en la que se desarrolla la acción no es ni París, ni Londres, ni Roma, sino Washington. La verdad es que siempre he pensado que la parte "elegante" de la ciudad (léase la parte "blanca") era de lo más interesante y está mucho más cargada de historia y de misticismo de lo que pudiera parecer en principio.

Eso sí, después de leerme el libro, no me quito la sensación de que me he leído un remake de la película La búsqueda, tanto por temática, como por la simbología masónica y Ben Gates se parece cada vez más Robert Langdon.

Finalmente, admito que estuve a punto de dejar el libro a medias en cuanto apareció la chorrada soberana de la noética. Me parece muy bien que la gente se crea las teorías new age de Rupert Sheldrake y compañía, cada cual sabrá en qué cree. Pero que te lo intenten vender como algo científicamente probado lo encontré de muy mal gusto.