Idiotizando al género humano
El ser humano ha
evolucionado mentalmente en parte gracias al desarrollo de nuevas tecnologías.
En la prehistoria, aunque cuesta de saber qué fue antes, si el huevo o la
gallina, el desarrollo del cerebro en los antropoides humanoides ha ido a la
par con los desarrollos tecnológicos.
Sin embargo, en la
actualidad, podemos ver cómo la tecnología, o tal vez un exceso de la ella,
está estupidizando a la Humanidad.
Asimov ya previó el
fenómeno de la pérdida del cálculo mental a raíz de la aparición de las
calculadoras en su relato “La sensación de poder” (The Feeling of
Power, 1958). Siguiendo con Asimov, sus relatos de robots, nos
mostraban unos Mundos Espaciales en que la Humanidad (Los robots del
amanecer, El sol desnudo, Bóvedas de
acero, Robots e Imperio) había alcanzado grandes
cotas de bienestar personal gracias a sus siervos robóticos, pero también un preocupante
estancamiento social y demográfico.
No puedo dejar de pensar
en estas cosas, cuando veo un montón de personas con la mirada hipnóticamente
fijada en las pantallas de sus teléfonos móviles, enviándose whatsups de manera
enfebrecida, ignorando completamente su entorno físico.
¿Cuántos somos ya
capaces de recordar un montón de números de teléfono desde que los móviles
tienen agenda? A veces me pregunto qué pasaría con algunas personas si se les
privase del teléfono móvil y del tablet y pienso que sería algo así como sucede
en la novela de Donald Kingsbury, Crisis psicohistórica con
los psicohistoriadores privados de su fam.
¿No está pasando lo
mismo con los navegadores para el coche, que nos están haciendo olvidar cómo se
va a los sitios? Me temo que llegará un día en que los coches inteligentes se
conducirán solos y ya no nos hará falta ni si quiera aprender el código de
circulación.
Es cierto que algunas de
estas capacidades que perderemos o que ya hemos perdido no tienen mayor
importancia. Pero otras, como la concentración, la capacidad de articular
discursos racionales más o menos largos o la simple escritura manual ya son
harina de otro costal.
La tecnología nos ha
dado y nos dará mucho, pero no lo hace gratuitamente. También nos quita algo
cada vez que la utilizamos. Supongo que todo se trata de hallar el justo
equilibrio.
Muchas personas estarían
encantadas de tener un robot doméstico que cocinase, limpiase la casa y
planchase la ropa. Tal vez incluso que fuese a buscar a los niños al colegio y
los entretuviese mientras nosotros trabajamos o disfrutamos del ocio, pero tal
vez el remedio sea peor que el mal.
Esto me recuerda a la
anécdota de una pareja bienestante que estaba preocupada porque su hijo no les
hablaba. Resulta que el niño, que se pasaba casi todo su tiempo con la chacha filipina, sí que hablaba, pero
en tagalo, que era la lengua de la chacha y que era la única que había oído el
niño. Pues eso.
Tal vez el paroxismo de
todo esto lo encotremos en la novela de Jack Williamson, Los
humanoides, en que unos robots aparentemente bonachones pensados para
facilitarle la vida a los seres humanos acaban conviertiendo su existencia en
la peor de las pesadillas.
Y si preferimos verlo en
el cine, tenemos alguna película que toca de pleno el tema, como es
Idiocracia, una sátira con bastante mala uva sobre un futuro
en el que los idiotas muy idiotas son la inmensa mayoría, cosa que ha puesto en
peligro el futuro de la civilización.
La verdad, toda la verdad…
La mayor parte de las
éticas humanas confieren un gran valor a la honradez y a decir la verdad. Pero
curiosamente, no está tan claro que eso de ser siempre honesto sea una ventaja
evolutiva.
De hecho, de ha visto
que desde los primates, pasando por los cuervos, hasta los humanos, mentir es
algo habitual y hasta necesario en muchas sociedades, sean humanas, o no lo
sean.
La ciencia ficción ha
tratado el tema de “decir la verdad” en algunas ocasiones. Una bastante curiosa
es en la novela La máquina de la verdad de James L.
Halperin, que habla de una sociedad en que es posible saber cuándo alguien
miente, cosa que ha revolucionado el sistema judicial. La máquina de la verdad
funciona realmente.
Otro desarrollo curioso
lo encontramos en Dune, en donde las Bene Gesserit, llamadas
también “decidoras de verdad”, son capaces de detectar los engaños analizando
simplemente los tonos de voz, gracias a sus sorprendentes capacidades
adquiridas.
Hay que reconocer que
mentir da una cierta ventaja evolutiva, pero que detectar las mentiras aún la
concede más grande. Una sociedad en que la mentira fuese imposible, sería una
sociedad verdaderamente claustrofóbica, porque a veces las pequeñas mentiras,
conocidas como las mentiras piadosas, son el aceite que engrasa las relaciones
sociales.
O dicho de otro modo:
¿estamos preparados para conocer la verdad, toda la verdad y nada más que la
verdad? Creo que no. Ese es el planteamiento de algunas novelas sobre
telépatas, como Muero por dentro, de Robert Silverberg,
aunque en el fondo, en esa novela, las capacidades telepáticas no son sino una
metáfora sobre la inteligencia personal.
Un ejemplo más claro de
ello lo encontramos en el episodio de Star Trek. The Next
Generation de la tercera temporada: “El hombre de latón”
(Tin Man), en que un betazoide con grandes aptitudes
telepáticas, nace con el sentido de la telepatía activado y no es capaz de
desconectar, sabiendo siempre de antemano lo que piensan los demás.
Claro que los vulcanos
como el Sr. Spock, mediante fusión mental, son capaces de extraer, aunque sea
dolorosamente, los conocimientos de otras personas. Mejor no cruzarse con un
vulcano si uno está implicado en alguna confabulación.
La puerta a las estrellas
Durante el último
simposio del NIAC (NASA Innovative Advanced Concepts), el
profesor Phillip Lubin, científico de la NASA que trabaja en el programa
Deep-In (Directed Energy Interstellar Precursor), ha propuesto
un nuevo sistema de propulsión para astronaves: la propulsión fotónica.
Este sistema se
fundamenta en el uso de un sistema de láseres que permitirían acelerar una nave
no muy grande y no tripulada hasta velocidades del orden del 25% de la
velocidad de la luz. Según Lubin, sería posible enviar una nave no tripulada a
Marte en poco más de 3 días.
Si realmente este
sistema acaba siendo posible y se encuentra a nuestra disposición en relativo
poco tiempo y con un coste razonable, el sistema solar podría llenarse
rápidamente de sondas robóticas de exploración.
Pero preveo un uso más
interesante: a 0,25c podemos soñar con enviar una nave exploradora a la
estrella más cercana, a Próxima Centauri, que se encuentra “solo” a 4,22
años-luz, lo que significa que una nave podría llegar allí en menos de 17 años.
Parece mucho, pero está dentro de los márgenes de una vida humana, por lo que
podría resultar interesante.
Tal vez la puerta de las
estrellas de momento esté vedada al ser humano (un viaje a 0,25c podría
comportar serios riesgos para la salud humana debido a los rayos cósmicos),
pero no para los robots. Tal vez sean los hijos del hombre los primeros en ver
directamente los rayos de otro sol y, a lo mejor, de otros mundos
potencialmente habitables.
El último en apuntarse
al carro ha sido el conocido científico Stephen Hawking que ha conseguido un
patrocinio millonario para enviar una nanosonda no tripulada con propulsión
fotónica a una estrella cercana, en unos 20 años. ¡Suerte!
Curso acelerado de partenogénesis
Dice la Wikipedia:
“La partenogénesis
es una forma de reproducción basada en el desarrollo de células sexuales
femeninas no fecundadas, que se da con cierta frecuencia en platelmintos,
rotíferos, tardígrados, crustáceos, insectos, anfibios y reptiles, más
raramente en algunos peces y, excepcionalmente, en aves.”
La ciencia ficción ha
tratado este tema en algunas ocasiones, aplicado a la especie humana. Desde
luego, el caso más conocido es el que se nos cuenta en Star
Wars sobre el nacimiento de Anakin Skywalker, alias Darth Vader,
aunque allí lo emborronan todo con el peculiar cuento de los midiclorianos.
Recientemente, he podido
leer sobre un relato titulado “Ánima” de Sofia Rhei, contenido de la antología
Terra Nova 3 que versa sobre este tema. En un mundo futuro,
ligeramente distópico, en el que los futuros padres tienen que ir a una clínica
especializada para poderconcebir hijos, una genetista se ve involucrada en una
trama que la llevará por caminos insospechados, entre ellos la partenogénesis.
Lo cierto es que la
partenogénesis en humanos podría ser el sueño de las feministas más radicales.
Algo de esto encontramos en el relato, “Houston, Houston, ¿me recibe?”
(“Houston, Houston, Do You Read?”, 1976), de la escritora
James Tiptree Jr., que describe un mundo en que los hombres han desaparecido y
las mujeres parecen estar de lo más satisfechas. Por este relato obtuvo el
premio Hugo 1977 de novela corta.
Trocitos de futuro
En el relato “La
decisión” de Paul McAuley, contenido en la antología Terra Nova 3
se describe una Inglaterra futura ligeramente distópica en la que
conviven los humanos con una cierta presencia de alienígenas.
El relato cuenta la
caída de una nave extraterrestre en el río y de cómo unos adolescentes se
dirigen a su búsqueda en una embarcación que han construído ellos mismos, así
como las aventuras y desventuras que les acontecen.
Uno de los elementos de
la trama es que los protagonistas encuentran un fragmento de la nave
extraterrestre y lo que desencadena una serie de sucesos.
El fragmento recuerda un
poco a Pícnic junto al camino, de Arkadi y Borís Strugatsky,
salvando las distancias.
La narración es bastante
pintoresca y utiliza un lenguaje bastante descriptivo y también recupera un
poco las historias ambientadas en el Mississippi de Marc Twain, combinada con
las historias de los bajos fondos.
También son interesantes
algunos de los secundarios, como la madre de uno de los dos adolescentes, una
antigua luchadora ecologista que ha quedado algo desfasada en el mundo actual.