22 octubre 2007

Escrito en los genes

El premio Nobel James Watson, codescubridor de la estructura en doble hélice del ADN, ha hecho recientemente unas declaraciones polémicas sobre la inteligencia de los negros. Resumiendo: que podría ser posible demostrar que debido a cuestiones genéticas, éstos sean menos inteligentes que los blancos.

No voy a entrar en la polémica, salvo para decir que me parece ridículo. Primero, porque parece ser que los blancos somos una mutación y que originariamente éramos todos bastante más “oscuros” y me parece poco probable que por tener menos melanina en la sangre, eso afecte en absoluto a la inteligencia.

Por otro lado, que me explique a mí el señor Watson qué es la inteligencia y qué genes la regulan. Dudo que ni él ni nadie sea capaz de hacerlo y es posible que ni en el futuro se consiga tal cosa. En todo caso, hoy día, la inteligencia sigue siendo una cuestión más bien esquiva en el campo de la neurología, como para encima saber qué genes la regulan.

La ciencia ficción ha tratado multitud de veces la cuestión, así que a los fans de esta literatura, no nos viene de nuevo esta polémica. De hecho, la principal cuestión sobre la genética proviene del hecho de poder saber a priori cómo serán nuestros hijos, antes de que nazcan o sobre la posibilidad de alterar ciertas características in vitro.

Por ejemplo, a todo el mundo le parece bien eliminar una enfermedad genética mediante biotecnología. Pero, cuidado, que la cosa no está tan clara. Por ejemplo, existe en ciertas poblaciones africanas una mutación defectuosa de un gen que produce la anemia falciforme. Pero resulta que esta dolencia, sirve para inmunizarse de otra mucho peor: la malaria.

¿Habríamos abortado a Stephen Hawkings si hubiésemos sabido que padecería de esclerosis múltiple? ¿Qué nos habríamos perdido, entonces?

¿Y si fuese posible predecir la homosexualidad mediante un test genético? ¿Abortaría a su hijo? Estoy convencido de que un montón de gente, sí. Al final, por mucha aceptación social que se quiera, los únicos que acabarían teniendo hijos posiblemente homosexuales serían los católicos acérrimos, antiabortistas declarados. Aunque quien sabe si no intentarían corregir esta característica mediante ingeniería genética.

Una cosa tan simple como poder escoger el sexo de los hijos podría suponer un descalabro demográfico mortal. Imaginaos qué significaría esto en China, donde se desincentiva severamente el tener más de un hijo por pareja. En esta cultura, la niña vale muchísimo menos que el niño, así que no hay que suponer qué sucedería: ya está sucediendo ahora, con los orfanatos repletos de niñas.

La biotecnología es un campo maravilloso, lleno de grandes promesas y, posiblemente, uno de los grandes negocios del siglo XXI. Pero también contiene trampas saduceas que no siempre vamos a saber sortear. Creo que convendría estar atentos en el desarrollo de este campo, porque nos va a dar muchas sopresas. Buenas y malas.

16 octubre 2007

Lengua y mente (y II)

Continuando con el tema de un post anterior, me gustaría analizar uno de los aspectos que más ha explotado la ciencia ficción entorno a los temas relacionados con la lingüística: el de la percepción.

Existen algunas tesis que podríamos englobar dentro de la escuela filosófica kantiana según las cuales la realidad es filtrada por los sentidos de manera apriorística. Aplicando este concepto al lenguaje, éste sería un filtro innato en los seres humanos y cada lengua determinaría una concreta manera de ver y percibir el mundo.

¿Es esto cierto? Hasta donde los estudios actuales llegan, sólo podemos afirmar que son más o menos ciertas las tesis de Chomsky, según las cuales existe en el cerebro tabula rasa una especie de lenguaje universal o, más específicamente, una capacidad innata de desarrollar el lenguaje, concretamente en el área de Broca.

Ahora bien, deducir de aquí que una lengua es capaz de condicionar una determinada percepción del mundo es tal vez ir demasiado lejos, ya que no existe ninguna evidencia claramente fundamentada que lo pruebe.

Un par de ejemplos que suelen aducirse para tratar de justificarlo son los colores, los numerales y los tiempos verbales. Algunas lenguas tienen una clasificación de los colores notablemente reducida, hasta el punto en que sólo distinguen entre colores cálidos y colores fríos, por llamarlos de alguna manera.

Incluso lenguas relativamente cercanas a la nuestra, tienen clasificaciones diferentes de los colores. Así, donde nosotros hablaríamos de azul, verde y gris, en gaélico irlandés sólo existen dos términos para designar estos colores. Por el contrario, existen lenguas con una riquexa cromática verdaderamente amplia.

¿Quiere decir esto que los hablentes de las lenguas que sólo tienen dos colores son incapaces de diferenciar el rojo del amarillo? Es evidente que no. Por mucha limitación que sugieran sus lenguas, los sentidos no se ven afectados. Es más: si tienen necesidad de aludir a esta diferenciación, seguro que disponen de comparativos suficientes para suplir la inexistencia de términos específicos.

Otro ejemplo son los numerales. Algunas lenguas cuentan así: uno, dos y muchos. ¿Quiere decir esto que no son capaces de distinguir cantidades mayores que dos? Nuevamente, no. Simplemente, para decir tres, dirán dos y uno; para decir cuatro, dirán dos y dos y así sucesivamente. Puede parecer algo farragoso, pero si dichas lenguas no han desarrollado numerales mayores es porque en su experiencia vital diaria no son realmente necesarios.

Por último, los tiempos verbales. Algunas lenguas no disponen de maneras propias de expresar un tiempo futuro, como el massai. Algunas, como el chino, ni si quiera son capaces de expresar directamente tiempo alguno. Es como si los verbos estuviesen siempre en infinitivo o no tuviesen flexión alguna.

¿Significa esto que el massai o el chino no pueden hablar del futuro y que la percepción del tiempo en estas lenguas es radicalmente distinta de la nuestra? ¡Ni mucho menos! Todas las lenguas tienen recursos para expresar pasados y futuros y hasta matices mucho más sutiles como la perfectividad de una acción, la persona o el número y hasta el modo.

Lo que sucede es que no todas lo hacen de la misma manera. Los chinos lo deducen por el contexto, mientras que otras lenguas como –ni más ni menos- el inglés, recurren al uso de verbos auxiliares (will, shall). Incluso el sofisticado latín, recurrió a varios trucos para poder expresar el tiempo futuro, que es una incorporación tardía a la morfología latina.

Así pues, ya sea porque todas las lenguas derivan de una lengua única o porque todas las lenguas están realmente condicionadas por una especie de gramática universal pregrabada en nuestro cerebro (o por ambas a la vez), es posible decir casi cualquier cosa en cualquier lengua y, además, aunque es cierto que la lengua es un registro fósil y el alma de una determinada cultura, no impone una determinada visión del mundo.

Ello no quiere decir que la idiosincrasia que posee una lengua no influya en absoluto en la manera de percibir el mundo. Es evidente que si uno sólo tiene martillos, todos los problemas le parecerán clavos. Es decir, claro que influye en la percepción un idioma, pero no lo determina ni lo condiciona.

Así, las tesis radicales expuestas en libros como Babel 17 o Los lenguajes de Pao, aunque son muy interesantes y dignas de gran reflexión, no deberían interpretarse de manera literal, ya que la realidad es tozuda.

Lo que me lleva a plantearme una cuestión más en la órbita de la filosofía de escritores-pensadores como Stanislaw Lem: ¿cómo sería una lengua alienígena? ¿Sería comprensible? Muy probablemente, no, a menos que los cerebros de los alienígenas fuesen tremendamente similares a los nuestros.

De hecho, no hace falta ir tan lejos. Tenemos auténticos cerebros alienígenas en nuestro planeta. Me refiero a los de los cetáceos. ¿Alguien ha sido capaz de entender qué cantan las ballenas o qué nos dicen los delfines? Me temo que no. Y si somos incapaces de comprender a nuestros parientes cercanos, mucho más difícil iba a ser entender a seres verdaderamente diferentes de nosotros. En este sentido, soy pesimista.

Para solucionar este problema, algunos han propuesto una especie de lenguaje universal basado en las matemáticas: el Licos. Pero mucho me temo que si alguna vez nos encontramos con aliens de verdad, la comunicación no va a ser tan sencilla. Por muchas secuencias de números primos que nos cantemos mutuamente, creo que se van a quedar patidifusos si les hablamos de colores, sentimientos o incluso conceptos tan aparentemente universales como la causalidad.

15 octubre 2007

La Babel de la ciencia ficción

Hace poco leí una entrevista a Larry Niven en la que se le preguntaba qué opinaba acerca de la ciencia ficción española. Supongo que un poco para salir al paso, contestó que no conocía gran cosa de la ciencia ficción española y que le enviasen las obras de los principales autores traducidos al inglés.

Esta actitud, por cierto, tan típica de quienes hablan una lengua mayoritaria, por no decir que hegemónica, demuestra una cierta arrogancia, aunque si queremos mirarlo desde el lado más bondadoso, también denota un cierto pragmatismo. ¿De qué serviría enviarle obras en castellano si no domina esta lengua?

En este sentido se ha hablado muchas veces de la falta de traducciones de obras de ciencia ficción española al inglés o a otros idiomas, lo que les impide competir extramuros con el potentísimo mercado anglosajón.

De todas maneras, como decía antes, no es una actitud exclusivamente anglosajona. ¿Cuántas obras de autores franceses –dejando a parte al ínclito Jules Verne- de ciencia ficción conocemos? ¡Hasta los rusos son más conocidos! Algo parecido sucede con los autores alemanes o japoneses.

Y en España pasa algo parecido. Supongo que hay escritores del fantástico en otras lenguas distintas al castellano. Yo particularmente puedo dar fe de ello en lo relativo al catalán. Algunos de ellos, como Manuel de Pedrolo o Joan Perucho están ampliamente traducidos al castellano. Otros, como Pere Calders, sólo en una pequeña parte. Y, finalmente, otros en absoluto, sobre todo por ser demasiado recientes.

Ignoro qué escritores del fantástico han escrito en gallego o en euskera, aunque me gustaría saberlo, aunque me conta que existen algunos escritores que han tocado este género, como Bernardo Atxaga (Obabakoak, de la que existe traducción).

Supongo que debe haber algunas obras interesantes perdidas en la Babel de lenguas que es la Humanidad. A mí, particularmente, me gustaría saber si alguien escribe ciencia ficción en la India, o en China o en los países árabes.

10 octubre 2007

Las Bene Gesserit

Hace bastantes años, recuerdo que una compañera mía decía acerca del universo de Dune que era sorprendente que lo único que se le hubiese ocurrido al buen Herbert era imaginarse un futuro similar a la Edad Media. Su parte de razón llevaba, claro.

Uno de los elementos que más me llamaron la atención cuando leí por vez primera Dune fueron las Bene Gesserit, una peculiar orden femenina que parece inspirada en las monjas católicas, aunque más bien debiéramos decir que está inspirada en los Templarios, pues las “señoras” son de armas tomar.

Las Bene Gesserit se dedican a la tarea secreta de conseguir mediante la manipulación de ciertos linajes humanos del ser supremo del Universo –ahí es nada- esto es, el Kwisatz Haderach, que será una especie de Bene Gesserit masculino que las trascenderá y les permitirá conseguir cotas de poder insospechadas.

Dune trata de muchas cosas y tratar de simplificar la trama a unos pocos párrafos no tiene demasiado sentido. Pero es curioso el tratamiento pseudomedieval que confiere Herbert a las Bene Gesserit. Por un lado, existe una especie de sometimiento a lo masculino, ya que su líder supremo que será en el futuro, debe ser un hombre.

Por otro lado, estas señoras no tienen manías a la hora de hacer y deshacer en la política del Imperio, manipulando al mismísimo emperador y a todas las casas del Landsraad. Así pues, no se parecen en nada a las sumisas monjas católicas. Ya digo, más bien son una especie de versión femenina de los Templarios, aunque dedicadas a otros menesteres.

Las Bene Gesserit son fascinantes por muchos motivos. Son capaces de increíbles y asombrosas capacidades de autocontrol del cuerpo y de la mente, son capaces de disciplinas mentales impresionantes, de sondear el futuro gracias al agua de vida y de manipular a todo el mundo mediante la voz, algo parecido a lo que pueden hacer los oradores asimovianos.

Por otro lado, y a diferencia de las monjas, su sexualidad y su capacidad reproductiva es clave en su misión final, ya que mezclan los linajes humanos en sus cuerpos y no son nada mojigatas a la hora de seducir a quien se ponga a tiro si ello conviene a los intereses de la orden.

Finalmente, otra de las sorprendentes capacidades de las Bene Gesserit es la capacidad de compartir, es decir, la posibilidad de realizar una especie de fusión mental en la que una Bene Gesserit entrega todos sus conocimientos y experiencias a otra. De esta manera, pueden acceder a un saber ancestral de magnitudes colosales.

Creo que una de los principales motivos por los que Dune resulta tan atractivo y sugerente es porque combina elementos tradicionales más o menos vistos, con ideas verdaderamente chocantes, aunque no necesariamente nuevas. Las Bene Gesserit y sus futuras sucesoras, las Honoradas Matres, son un buen ejemplo de ello.

09 octubre 2007

Esos condenados bichos

Parecer ser que en Estados Unidos existe una ley que impide confraternizar con los extraterrestres, so pena de un año de cárcel y hasta 5000 dólares de multa. Aunque no he podido verificar la existencia de dicha ley, yo ya me lo creo todo de esta gente.

Así que ya sabéis, si alguno de vosotros viaja al país de la libertad, ni se le ocurra hacerse amigo de un extraterrestre, ni que sea de la admnistración Bush, pues podría caérsele el pelo y acabar vestido de naranja fuera de temporada.

Naturalmente, el cine ya nos había advertido de ello. Recordemos la insistencia con que los señores de negro con pistolas iban siguiendo la pista del pobre ET, que lo único que quería era plantar petunias en su jardín y acababa en una bolsa de plástico blanco y haciendo levitar bicicletas.

Uno no puede fiarse de esos condenados extraterrestres. ¿Qué le hubiese sucedido a la indefensa humanidad si el valiente Mike Donovan hubiese confraternizado más de la cuenta con la pérfida y lagartona Diana? Hoy día, estaríamos gobernados por híbridos de lagartijas y yankies. ¿O eso ha sucedido ya?

Lo que no entiendo es cómo les permiten a los radioastrónomos enviar mensajitos interestelares a los aliens para que éstos descubran nuestra ubicación y vengan a devorarnos o, peor, a vendernos sus cachivaches como nosotros hicimos con los pobres indios Manhattan.

Hay que mantenerse puro y casto y no confraternizar con bichos de ojos saltones, especialmente si son de origen extraterrestre. No me extrañaría que un día de estos la Iglesia incluyese esta media de sentido común en su Catecismo. Si no lo han hecho ya es porque igual temen hacer el ridículo, pero todo se andará. Total, ya no va a venir de ahí.

Propongo, por lo tanto, que nuestro Congreso legisle sobre esta delicada materia, no vaya a ser que los pobres infelices aterricen por error en nuestro país, atraídos tal vez por la gran densidad de fenómenos paranormales que por él pululan y algún atolondrado les abra las puertas, actuando como terrible caballo de Troya.

Naturalmente, la cuestión se convertirá en objeto de discusión acalorada en las Cortes y posiblemente algunas autonomías decidan legislar por su cuenta y riesgo, atendiendo al hecho nada baladí que la Constitución no dice nada sobre alienígenas.

Mi recomendación es que no se fíen. Si un alienígena llama a su puerta, hágase el sueco y finja no verlo. No vaya a ser que acabe empapelado por algún juez estrella de la Audiencia Nacional por apología del alienismo. Sic transit gloria mundi…

08 octubre 2007

Lengua y mente

He tratado en algún otro post la imbricación de la ciencia ficción con la lingüística. Recordemos algunos ejemplos de obras notorias en esta combinación, como son Los lenguajes de Pao de Jack Vance, Babel 17 de Samuel R. Delany, Empotrados, de Ian Watson o Lengua materna y La rosa de Judas de Suzette Haden Elgin.

También existen tratamientos sobre esta temática en relatos de mayor o menor extensión, como en la fantástica “Persistencia en la visión” de John Varley o el también interesante “La cotorra de Humboldt” de Lorenzo Luengo.

La tesis de la mayor parte de estos relatos y novelas es que la lengua puede influir e incluso condicionar la conducta de los seres humanos. Esto, a mi entender, y a más a la vista de muchísimos estudios al respecto es una solemne tontería, más propio de las teorías New Age o paracientíficas, como la desarrollada por Matilde Asensi en Los orígenes perdidos.

No niego que una lengua pueda influir en algunos aspectos de la vida de la gente. Es evidente que no es lo mismo explicar un chiste en alemán o en cualquier lengua en la que coloquemos el verbo al final de la oración y, por lo tanto, el sentido pleno no se tenga hasta el final, que hacerlo en lenguas con mayor flexibilidad morfológica.

Asimismo, siempre me ha parecido mosqueante que para decir “él” o “ellos” en euskera, debas recurrir al pronombre “aquello”. Evidentemente, el significado último es el mismo, pero el matiz cambia. Y lo mismo podríamos decir de todas las lenguas, cada una con sus especificidades.

Pero de la influencia al determinismo hay un largo trecho. Los personajes de Los lenguajes de Pao parecen precondicionados a ser lo que son en función de la lengua que hablan, lo cual es ridículo.

Uno de los tópicos más extendidos en lingüística –que no entre los lingüistas, aunque de todo hay- es que determinadas lenguas no sirven para determinadas cosas, como la vida moderna, la administración o para el ejército. Pero la verdad es que se puede decir casi cualquier cosa en cualquier lengua.

Es evidente que en la lengua de los indios yanonamos no debe existir una palabra para “autopista” ni otra para “fax”, pero es que no tienen ninguna necesidad de ello. Asimismo, en castellano tenemos “hormiga”, mientras que ciertos aborígenes australianos disponen de un montón de palabras para distinguir los diferentes tipos de estos himenópteros.

Las lenguas, evidentemente, se especializan, pero ello no quiere decir que sometidas a un cambio cultural, no sean capaces de adaptarse a las nuevas necesidades. Un buen ejemplo lo tenemos con las lenguas románicas, que copian del inglés (como otras tantas) los neologismos tecnológicos que van surgiendo (láser, rádar, póster) o las componen recurriendo a las lenguas clásicas (televisión, teléfono, radiografía).

Creo que la ciencia ficción ha exagerado la influencia del lenguaje sobre el ser humano. Las lenguas son algo realmente fabuloso. Cada una de ellas implica una visión diferente del mundo. Pero eso no significa que sus hablantes sean incapaces de ver las cosas de otra manera.