07 septiembre 2007

Correlaciones: Conozca el interior

Nuevas nuevas del Vaticano. No, no se ha muerto el papa y han escogido a un robot para ocupar el trono de san Pedro. Es mucho mejor. Según la Santa Sede, “dentro del ADN se encuentra la Santísima Trinidad (sic).

Y yo que pensaba de toda la vida que dentro del ADN estaban los nucleótidos, oye. Pues no, resulta que se encuentra el Espíritu Santo. Estas declaraciones las ha efectuado Su Eminencia el Cardenal Javier Lozano Barragán, presidente del Consejo Pontificio para la Salud.

La justificación –sí, sí, incluso tienen justificación- es que se trata de un ácido basado en la complementariedad mutua. Claro que por la misma regla de tres tendrían que aceptar la homosexualidad como algo natural, si la derivan de las teorías griegas del origen de la Humanidad. Ay, no, que los griegos eran unos descreídos que no quisieron convertirse de buenas a primeras.

En fin, no deja de ser curioso que uno de los puntales de la teoría de la evolución de Darwin, que son los genes y su ADN, estén tan desacreditados por la Iglesia Católica (véase esto) y en cambio en el ADN pueda encontrarse –ni más ni menos- que el Espíritu Santo.

Aunque esto de buscar cosas escondidas dentro de otras da mucho juego. Para empezar, lo obvio: el ADN contiene una gran cantidad de restos “fósiles” de antiguas conquistas de nuestros antecesores por adaptarse al medio y también de batallas habidas con virus y bacterias. De hecho, la mayor parte del genoma no parece codificar proteínas “útiles”, sino que conforma este tipo de genoma fósil.

Por otro lado, si especulamos sobre la cuestión teológica –nos lo vamos a permitir: ya que los teólogos se meten a científicos, vamos a ser educados y devolverles la visita- cabe preguntarse qué parte del ADN implica al Espíritu Santo. ¿Cualquier ADN sirve? ¿También el de la inmortal ameba? ¿El de la sufrida Escherichia colli? ¿O sólo el de los humanos goza de ese honor?

Y en caso de que sólo el genoma humano implique al Espíritu Santo, teniendo en cuenta que nuestra dotación genómica y la de nuestros primos, otros primates, es inmensamente parecida, ¿también ellos contienen al Espíritu Santo? ¿Tenía alma el hombre de Neanderthal? ¿Y el Australopithecus africanus?

Siguiendo con temas teológicos, ¿qué tal si nos ponemos a buscar mensajes ocultos en la Biblia? Hace tiempo que se demostró que este filón de libros pseudocientíficos era inviable, ya que cualquier libro suficientemente largo puede contener todo tipo de mensajes ocultos en su interior. ¿Por qué no las obras completas de William Shakespeare? ¿O El Quijote? ¿O Tirant lo Blanc?

En una clave más próxima a la ciencia ficción, me quedo con un magnífico relato de J. G. Ballard: “Vida y muerte de Dios” (“The Life and Death of God”, 1976), en el que se descubre la existencia de Dios, más allá de cualquier duda, implicada en ciertas propiedades físicas del Universo.

O si os gustan más las matemáticas, el famoso mensaje contenido en los decimales de pi del que se habla en Contacto, de Carl Sagan. Claro que dicho mensaje no tiene mucho mérito si, finalmente, pi acaba siendo un número normal, como algunos matemáticos creen.

Para acabar, no me gustaría olvidarme de uno de mis episodios favoritos de Star Trek: The Next Generation, titulado “The Chase”, en el que se descubre un mensaje increíblemente complejo codificado en el interior de los genomas de distintas razas inteligentes de la galaxia, dejado por una raza primordial, anterior a todas ellas.

Mientras no hallemos algún mensaje oculto en estos ámbitos, nos tendremos que conformar con el Espíritu Santo ilumine nuestro genoma. Menos da una piedra, aunque algunos sean capaces de edificar muchísimo sobre una.