22 enero 2007

La malvada Susan Calvin

Para todos los lectores de los relatos robóticos de Asimov, la robopsicóloga jefe, nos caiga bien o mal, es todo un personaje. Pero ahora resulta que tenía una vena malvada oculta y que lo que pretendía era sumir a la Humanidad en una depresión de caballo. Me explicaré.

Según estudios del MIT, las mascotas robóticas pueden ser mal remedio para la melancolía. ¿Se acuerdan de los tamagochis? ¡Quién sabe la de depresiones y ataques de ansiedad que habrán provocado en las mentes predispuestas a la melancolía!

E imagínense un mundo poblado por robots-mascota-ama de casa, que nos controlan a todas horas para evitar que nos hagamos daño y que siempre están dispuestos a obedecer nuestras órdenes, salvo que alguna ley superior lo impida o defecto positrónico.

En fin, que con o sin estudios del MIT, no me cuesta en absoluto imaginar un mundo lleno de robots serviciales y me parece bastante deprimente. De hecho, Asimov describió a la perfección este pernicioso efecto en algunas de sus novelas y relatos sobre robots, en los que trataba de cómo la tecnología podría afectar al hombre.

Llevando las cosas hasta el mayor de los extremos, tenemos la novela de Jack Williamson, Los humanoides, en la que estas ansias de servir y de hacer felices al hombre alcanzan un paroxismo angustiante, aunque algunos han visto una especie de parodia en la obra. A mí, me da escalofríos, no puedo evitarlo.

Ahora que se han puesto de moda esos robots-mascota en forma de perro o de lo que sea, me entristece un poco ver que los seres humanos están sustituyendo lo auténtico por lo preprogramado, otra vez. Ya lo han hecho muchas veces y con muchas cosas, así que no debiera sorprenderme que lo hicieran con esto.

Pero claro, una mascota robótica no deja excrementos por la calle, se puede desconectar y, lo más importante, no es un problema si hay que ausentarse de casa para irse de vacaciones una temporadita. Muchos firmarían para que algunos familiares tuviesen también interruptor, me temo.

Volviendo al tema central, ahora que lo pienso, Susan Calvin parecía vivir en una especie de angustia existencial permanente, que derivaba en una personalidad adusta y con algunos arranques de mala leche. Tal vez era víctima de sus mascotas y estamos ante un caso de enfermedad laboral descrita por la ciencia ficción. Quién sabe…