22 noviembre 2006

Superstición

A raíz de la lectura de Infiltrado de Connie Willis, he estado pensando recientemente en cuestiones tales como el escepticismo ante los fenómenos aparentemente inexplicables. Para mayor gloria del refuerzo cognitivo, ayer el capítulo de House trataba precisamente de esto: de aparentes curaciones milagrosas producidas gracias a la fe.

Repasando esta mañana una lista de noticias científicas a la que estoy suscrito, aparece una suculenta noticia de un experimento que parece demostrar que la mente humana contiene un principio de irracionalidad muy arraigado que hace que, incluso individuos aparentemente racionales, se comporten de manera absurda en determinadas circunstancias. En concreto, trata sobre la superstición.

El experimento era muy simple. Un señor ofrecía 10 libras a los espectadores del público a cambio de probarse una chaqueta azul y pedía voluntarios. Inmediatamente se levantaban un montón de manos. A continuación, decía que la chaqueta había pertencido a un conocido asesino múltiple. Acto seguido, unas cuantas manos se bajaban. Realmente la chaqueta no había pertenecido a ningún asesino, pero eso tanto daba.

No deja de ser curioso la cantidad de superstición que hay hoy día. Y no me refiero a cosas socialmente promocionadas, como los horóscopos o las tiradas de cartas, sino estas pequeñas supersticiones aparentemente tan simples. Es como si existiese un temor reverente a que las malas vibraciones del asesino pudiesen transmitírsenos a través de su ropa. Algo que se nos describe, por ejemplos, en algunos relatos de Ballard contenidos en Vermillion sands. Pero eso es fantasía, no la realidad.

La temática del objeto maldito es antiquísima y ha dado grandes y pequeños frutos literarios en todas las épocas. Recientemente, baste recordar el famoso tablero de ajedrez de Carlomagno de El ocho (Katherine Neville). Es un tema recurrente en la literatura fantástica y una de las figuras más profundamente aceptada.

Creo que era el genial científico von Neumann quien tenía una herradura colgada en su despacho para tener suerte. Cuando alguien le preguntó si una mente tan racional como la suya creía en esas supercherías él contestó sardónico que tenía entendido que no hacía falta creer en ello para tener buena suerte. Ojalá todos tuviesen el sentido del humor irreverente de von Neumann.

1 Comments:

At 10:16 p. m., Anonymous Anónimo said...

No es Tolkien, no...

És...

http://www.cardkingdom.com/images/9thEdition/StormCrow.jpg

 

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