12 noviembre 2005

Libros grabados a fuego

A veces, cuando me piden que recomiende un libro de ciencia ficción para alguien que empieza o un libro que esté bien, tengo que pararme a meditar un poco. El motivo es simple: si no lo hago, tiendo a recomendar un cierto tipo de libros que no necesariamente satisfarán la petición.

Y es que todos tenemos algunos libros que nos han marcado mucho (por ser los primeros que leímos, por gustarnos mucho, por entrar en resonancia con alguna circunstancia de nuestra vida o por recordarnos a alguna fase que nos marcó en algo. Son los libros que tenemos grabados a fuego en nuestra memoria, que no tienen por qué ser ni los mejores ni los más logrados, pero están en un lugar especial en nuestro corazón.

Creo que no es bueno recomendar esos libros de buenas a primeras sin pensar un poco en cómo es y qué le va a gustar a la persona que nos pide consejo o a quien tratamos de convencer de que lea algo de ciencia ficción (o de fantasía o de lo que sea).

En mi caso, tengo grabadas a fuego la mayor parte de las novelas de Asimov (sobre todo La trilogía de las Fundaciones); 2.001: Una odisea en el espacio, 2.010: Odisea dos y Cánticos de la lejana Tierra, de Arthur C. Clarke; Visitantes milagrosos de Ian Watson; la serie de Dune, de Frank Herbert, en especial el primer libro; El juego de Ender de Orson Scott Card; Desde el futuro de Howard Fast; 1.984 de George Orwell; ¿Un mundo feliz de Aldous Huxley; Crónicas marcianas y Fahrenheit 451 de Ray Bradbury; La otra sombra de la Tierra de Robert Silverberg; Las doce moradas del viento de Ursula K. LeGuin; Tierra y Marea estelar de David Brin y Lo mejor de Fredric Brown de Fredric Brown (claro). Todos ellos por motivos diferentes: por ser lo primero que leí, por identificarme con algunas de sus ideas, por su imaginación desbordante o por cualquier otro motivo.

En tiempos más recientes, encontrar libros grabados en fuego es mucho más complicado. Para empezar, es difícil hallar un libro que sea especialmente diferente de los demás, que explore una idea que otros no hayan tocado o que lo haga de una manera inolvidable.

Tal vez los que más aprecio de los que he leído en los últimos tiempos sean La saga de Chanur y Cyteen de C. J. Cherryh; Pícnic junto al camino de Arkadi y Boris Strugatsky; El amor es un número imaginario de Roger Zelazny; Los mejores relatos de ciencia ficción de Brian Aldiss; El señor de los Anillos y El Silmarillion de J.R.R. Tolkien; Las estrellas, mi destino de Alfred Bester; Lo mejor de los Premios Nebula de varios autores; Aparato de vuelo rasante de J.G. Ballard; Una canción para Lya de George R. R. Martin; La séptima víctima y Paraíso II de Robert Sheckley; El árbol familiar de Sheri S. Tepper; Los lenguajes de Pao de Jack Vance; Blue Champagne de John Varley; Galápagos de Kurt Vonnegut; La guerra de la paz y Abismo en el cielo de Vernor Vinge y algunos libros de relatos de Ray Bradbury (muchos para citarlos aquí).

Pero también están esos libros que más que fuego, son como una gota de agua persistente que va creando poco a poco las estalagmitas y las estalactitas de una cueva, en una labor paciente. Vaya, de los que ganan con el tiempo, como el buen vino.

No he encontrado muchos de esos libros todavía, pero algo hay: Antigüedades de John Crowley; La afirmación y Un verano infinito de Christopher Priest o La historia de tu vida de Ted Chiang.