26 noviembre 2005

Correlaciones: La Iglesia catódica

Estaba hace unos días hojeando libros en una librería de mi pueblo cuando escuché la siguiente conversación entre la dependienta y un amigo suyo:

- Bueno - dijo el chico - pues quedamos después, a eso de las ocho.

- ¡Ah no! - respondiole ella - que tengo que ver EL culebrón.

Encima, para mayor inri, pronunció la frase con el mismo tono de obligación y devoción con que antiguamente decían las señoras mayores "tengo que ir a misa".

La verdad es que me sorprendió. Ya conozco la profunda influencia que ejerce la televisión sobre nuestra sociedad. De hecho es imposible no saberlo cuando todos tus compañeros de oficina comentan la última graciosura de Gran Hermano o cuando hablan del enésimo escándalo ofrecido gentilmente por Crónicas marcianas o el programa de moda de turno. Aún así, me dejó patidifuso. ¿Rechazaba al chico por ese motivo? Pues sí, porque lo dijo convencidísima, no era una vulgar excusa del tipo: "es que tengo que descongelar la nevera".

Ello me llevó a pensar a alguno de los relatos de Bradbury que tocan el tema. En "Casi el fin del mundo" (Almost the End of the World, 1957) contenido en Las maquinarias de la alegría, de Minotauro, se nos presenta un mundo en que la gente queda colapsada al cesar las emisiones de televisión en todo el mundo debido a una tormenta solar y de cómo se ven obligados a salir del amodorramiento y hacer cosas más creativas. No obstante, ya sólo el título del relato es muy significativo. ¿Qué haría nuestra sociedad sin ese medio de entretenimiento de masas? ¿Volver al circo romano? (nótese la ironía).

También de Bradbury es el "El peatón" (The Pedestrian, 1951) en Las doradas manzanas del sol, Minotauro, donde se nos pinta un panorama desolador: la televisión lo gobierna todo. Nadie pasea por las calles, ni escribe nada: todos somos presos catódicos. Para el año en que fue escrito, es una buena descripción de nuestra situación actual, la verdad. Soy animal de costumbres y me gusta pasear por las noches y salvo algún ocasional despistado que saca a pasear al perro, casi nunca me cruzo a nadie a pie. Todo el mundo está atontado delante del tubo de rayos catódicos, atiborrándose de frecuencias herzianas como si de palomitas se tratase.

Uno de los mayores aciertos de George Orwell en su magna obra 1984 fueron las telepantallas, presentes en cada hogar y desde las cuales se adoctrinaba y se controlaba a los ciudadanos para que fuesen buenitos e hiciesen lo que el Gran Hermano (esta vez el de verdad) les mandaba.

Bueno, de momento, nuestras telepantallas modernas son unidireccionales. Aún no nos obligan a estar delante de ellas una determinada cantidad de horas al día y no controlan lo que decimos, pero al paso que vamos...

También fue Bradbury quien en su gran distopía Fahrenheit 451 nos describía cómo los hogares de todos los ciudadanos mínimamente pudientes convertían una o varias paredes de su casa en enormes pantallas de entretenimiento mientras una feroz dictadura política y cultural los dominaba a todos sin escrúpulos.

¿Va el mundo hacia ese terrible destino o es el mundo en que ya vivimos sin darnos apenas cuenta? ¿No dictan las series de moda, las películas, los programas de televisión y los anuncios publicitarios nuestros hábitos diarios? ¿No nos dicen lo que tenemos que comer, cómo debemos vestir y hasta qué dentrífico utilizar? ¡Incluso nos dicen por qué enfermedad que (aún) no tenemos debemos estar preocupados!

Es curioso, no soportamos que nadie nos controle y nos diga cómo tenemos que regir nuestras vidas, pero cada día aceptamos encantados que un aparato doméstico llamado televisor nos fiscalice hasta el último detalle. ¿Para qué van a ser bidireccionales esas telepantallas si no hace ninguna falta?

Pero es que la televisión no es un electrodoméstico más: es LA televisión, en mayúsculas, como lo era EL culebrón para la dependienta de la librería...

1 Comments:

At 5:48 p. m., Blogger Errantus said...

Falta comentar los "parientes" con los que se puede platicar por medio de las pantallas en Farenheit 451. Es como el messenger, pero a gran escala.

 

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